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domingo, octubre 22, 2006

Por el sendero de los incas

Especialmente dedicado a tres viajantes: Buda Piero, Pipi Marcel y Belmo

Esa mañana me levanté sintiéndome extraño, con un corazón acelerado y la respiración silenciosa e imperceptible. Mi mente estaba distante, se alejaba de mi y, como si hubiera adquirido voluntad propia, me arrastraba a lugares distantes, me ofrecía imágenes del pasado y especulaba sobre el futuro.
Caminaba por un angosto sendero rodeado de una gran espesura de árboles, plantas y rocas. Alrededor se escuchaban sonidos de seres invisibles, de moradores de la selva perturbados por impertinentes visitantes. Decenas de olores se mezclaban, algunos aromas eran conocidos, pero aquí tenían un nuevo significado. Las hojas húmedas por la lluvia reciente parecían envolverme con su esencia, éramos parte de este mundo extraño. Flores ocultas lanzaban su perfume y frutas frescas y relucientes se me revelaban.
Al poco tiempo esa tierra fue mi tierra, ya nada parecía ser extraño, ni peligroso. La naturaleza que me rodeaba me hacía suyo, me ofrecía lazos de amistad. Los sonidos eran ahora música, un canto melódico y constante que relajaba el alma. Mis sentidos se acostumbraban y daba la sensación que todo estaba en silencio sin estarlo. Cada rama, cada piedra, cada nota, cada aroma, cada rayo de sol que se filtraba entre la maleza, cada gota de lluvia parecía estar en el lugar correcto, donde su pequeñez es inmensa, y plena su razón de estar.
No había trazos errados, ni melodías desafinadas, el equilibrio era perfecto, y mientras caminaba me sentía parte de ese equilibrio, de esa perfección, y que mi lugar es ese instante era ese, que ahí era donde debía estar y no otro.
La tierra que transitaba había sido pisada millones de veces, pero podía percibir pies descalzos que habían dejado su huella, que habían bautizado esa senda, que habían hecho un pacto con la montaña para que les permitiera pasar, que el pequeño daño que debían infringirle era una demostración del amor que había entre los hombres y la naturaleza.
Pasos de pies descalzos iban delante y detrás, eran cortos e imperturbables, pasos firmes. Cada contacto de la piel con la tierra, con la montaña, era una caricia, era un “gracias”, era un “te quiero”, porque la piel y la tierra no eran tan diferentes, eran parte de este todo y lo sabían, y saludaban a su hermano en cada paso. Luego llegaron botas, como las mías, senderos mas amplios, y la ruptura del equilibrio.
Mientras avanzaba sentía que me acercaba, que me estaban esperando para probarme que no todo fue siempre igual, que la magia si existió mas allá de los libros y todavía la podemos encontrar si sabemos buscarla.
Una gran piedra, metódicamente trabajada, apoyada sobre otra como parte de un rompecabezas para gigantes. En un amplio espacio sobre la cima de la montaña una ciudad nacía a mis ojos, estancada en el tiempo, vestigios de un tiempo en el que el mundo no era este mundo, en que las cosas, grandes y pequeñas, tenían un significado. Cada centímetro de esta ciudad era como debía ser, no había errores, cada elemento usado tenía una función específica y esencial, nada era mas o menos importante, todo era porque debía ser, y ahí debía estar, y no había cuestionamientos al respecto, no había dudas, el destino había firmado cada roca, cada sendero, cada abertura. Las estrellas que se veían por entre las piedras eran las que debían verse, la luz de la luna entraba en las grandes salas exactamente como había sido pensado, las sombras producidas por el sol en la roca no eran un capricho infundado. Todo estaba ahí por alguna razón, los hombres habían estrechado lazos con la naturaleza, habían trabajado en forma conjunta, así lo habían acordado al principio de los días cuando se fundieron en un abrazo que parecía inquebrantable. No hubiera habido manera de levantar ese monumento sin la ayuda mutua.
Pero hoy la ciudad estaba cargada de tristeza, lamentos surgían de entre las rocas, y la magnificencia de otrora era solo un recuerdo. El cielo derramaba sus lágrimas sobre ella, sobre esta tumba de lo que alguna vez fue, de una gran amistad que parecía eterna.
Aquellos hombres que jamás quebrantaron esos lazos se hicieron parte de la naturaleza, y sus suspiros también descienden del cielo.
Me saqué las botas y las medias, apoyando mis pies desnudos sobre la tierra y luego sobre la roca. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, como si de las profundidades me estuvieran dando la bienvenida, y tres gotas cayeron sobre mi. Mi pequeñez era inmensa, y plena mi razón de ser.

...debo dejar claro que esto no se compara con el increible diario de viaje obra del talentoso Marcel!

miércoles, octubre 18, 2006

Jamas me voy a dejar de sorprender de nosotros, criaturas insignificantes y extremadamente complicadas, maquinarias complejas en la busqueda constante de un balance muy dificil de encontrar.
Dejamos pasar los dias, o nos pasan por cuestiones que nos exceden, los dejamos atras, uno tras otro, pero quedan marcas que cargamos en los sucesivos años. Marcas que muchas veces ni siquiera notamos, que se cubren de polvo producido por nuevas vivencias o por el simple olvido.
Imprevistamente estos recuerdos reaparecen, surgen de lo mas profundo de nuestra cabeza y nos encuentran desprevenidos, y resulta que fueron los autores invisibles que guiaron muchos actos en nuestra vida...susurrandonos al corazón.

martes, octubre 10, 2006

NO TE ESCAPES 2006!!!

CREO QUE NUNCA LLEGUE A VERLE LA JETA, Y HACE RATO QUE LE VEO LOS TALONES...

jueves, octubre 05, 2006

Out of my focus

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